Acababan
de regresar mi hijo y su familia de un viaje por unas ciudades en Ohio, USA. Habían
pasado allí una semana, por trabajo y
descanso. Visitaron algunos parques nacionales. Sus niños son“junior rangers”. En cada uno de esos sitios hicieron las
actividades propias para recibir las respectivas insignias. Ya a la hora de la
cena, todos comentaron sus gratísimas experiencias. Y la que más los dejó
impresionados fue la realizada a un parque nacional, al museo y al campo de
pruebas, por todo lo que significó aquel invento para la humanidad. Me motivó
tanto esa historia que quise visitar la ciudad. Y lo hice en compañía de mi
esposa y de mi hijo, unos días después. Tres horas en carro nos separan de
Dayton, (Oh) desde Ann Arbor (MI).
Ejemplo
para la innovación en nuestro trabajo?
Fue
la pregunta que me la hice al final del día, cuando terminé el recorrido por el museo, el taller y el campo de las primeras
pruebas.
En el museo pude apreciar todos los pasos. Están documentados con fotografías,
modelos, apuntes. Los avances y retrocesos. Los logros y los fracasos, hasta el
accidente, que casi le cuesta la vida a uno de los protagonistas.
Persistían. Pidieron la información que
necesitaban a un afamado Instituto: el Smithsonian. Elaboraron modelos. Observaban, ensayaban, registraban, medían. Todo
quedaba consignado: diagramas, pruebas y resultados.
El
regalo, que inspiró su sueño.
Modelo exacto al regalo del padre a sus hijos. Foto: Ligorio Dussán
Todo empezó con un pequeño regalo de su padre,
Milton. Tanto lo entusiasmaba a uno de
ellos que la profesora tuvo que llamarle la atención para que atendiera la
clase. El video que exhiben en el museo resalta este hecho. Vivía obsesionado.
Más tarde los dos se convirtieron en empresarios
de las artes gráficas y de las bicicletas. Tenían un taller con cuatro puntos
de venta en la ciudad. Sus productos
eran de altísima calidad. De allí su éxito comercial. No eran profesionales, ni
tenían estudios superiores. Solo los básicos; sin embargo, lo que inventaron
tiene un alto contenido científico. Descubrieron
tres principios que aún hoy persisten, y son el fundamento de esta industria.
Un
trabajo de equipo, sin recursos oficiales, pero…
Katharine, se dedicaba a atender el negocio de las
bicicletas mientras sus hermanos se dedicaban a las investigaciones, los ensayos
de laboratorio y pruebas de campo. Cada uno cumplía con su papel en este equipo
orientado a un objetivo preciso. No con financiación distinta a la de sus
propios recursos sacados del negocio de la imprenta y las bicicletas. No tenían
apoyo oficial ni “grandes amistades”. Tampoco eran los primeros ni los únicos
en este empeño. Otros, como Alberto Santos Dumond, con estudios superiores en Francia,
hijo de un granjero caficultor, en Brasil; y Otto Lilienthal,
ingeniero e inventor, en Alemania, lo estaban intentando, cada uno por su lado.
Foto: Ligorio Dussán
Samuel Pierpont, astrónomo, físico e inventor
norteamericano, había recibido cincuenta mil dólares del gobierno y veinte mil
más del Instituto Smithsoniano. Tenía grandes conexiones con la Universidad de
Harvard. Contrató los grandes talentos del momento. El periódico The New York
Times seguía de cerca sus experimentos. Ante el fracaso, desistió. Quería fama
y dinero según comenta Simon Sinek en sus libros y conferencias.
Campo donde los hermanos Wright lograron su primer vuelo. Foto: Ligorio
Dussán
Fueron los hermanos Orville y Wilber Wright, en Dayton, los que lograron la
hazaña el 17 de diciembre de 1903: volar un aparato tripulado, más pesado que
el aire. Sin recursos, sin prensa, sin amistades influyentes. No era la fama ni
el dinero lo que los motivaba. Tenían un sueño y una pasión.
Descubrieron principios y alcanzaron a desarrollar algunos modelos de
aparatos voladores.
Los diseños y modelos varían. Los principios los soportan.
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