Anécdota compartida por un extensionista.
Será… que el dotor sabe leer?
Por allá en los inicios de los
años 80s, cuando la Federación Nacional de Cafeteros, está impulsando una
caficultura competitiva y eficiente con siembras de variedades resistentes a todo.
Y Contrata doctores, ingenieros, profesionales, expertos, técnicos, tecnólogos
de todas las áreas del saber, para que fuesen al campo a convencer a los
campesinos para que implementara todas esas tecnologías.
Un joven de esos ingenieros que
quería salvar el mundo, empezando por los caficultores, creyéndose “experto”
llego a una zona remota olvidada por todos. Y que solo era visitada por
personajes que imponían su voluntad a sangre y fuego, el peor cáncer que sufren
nuestros campesinos y que a pesar de ello siguen creyendo en su tierra y sus
vastos conocimientos que han sido heredados por ser lo que son...
Este joven ingeniero presuroso y
acucioso, de verter en un solo instante toda esa sabiduría científica que ya no
le cabía en sus mente, reforzada por todos los avances científicos que jamás
los dejaba y carga en un maletín que se terciaba en su espalda que le daba aún
más un aire de “experto científico.
Nuestro campesino, quien no
conocía aquel salvador espera la visita técnica de un práctico agrícola (que en
aquellas épocas así era conocidos), pero apareció nuestro joven ingeniero que venía
presuroso a conocer el estado de la finca y en particular del cultivo del café.
De inmediato aquel experto casi no dio tiempo al caficultor para saludar, y le
dejo con su mano extendida, el campesino sintió pena pero de inmediato se llevó
su mano al bolsillo de su camisa azul, que estaba muy limpia, donde estrujo un
pequeño papel.
Pero aquel él joven ingeniero de
caminar ligero no se percató del movimiento de su interlocutor y sin más
preámbulos increpó al productor, con una ráfaga de
recomendaciones científicas y técnicas sobre los problemas del café con una
serie de nombres científicos de enfermedades, plagas. Nuestro campesino lo
miraba con asombro al escuchar tantos términos raros que nunca antes había
escuchado.
Pero nuestro querido ingeniero no
se permitía ni si quiera ver la cara de asombro y de angustia permanente de su
compañero de visita; por el contrario seguía hablando y
hablando sobre todos esos conocimientos científicos que se había memorizado y
que orgullosamente le trasmitía a su interlocutor.
El agricultor siempre detrás de
su presuroso experto técnico, trataba por todos medios de poder interrumpirlo y
comentarle sus pesares y angustias, pero aquel joven no lo permitía. Ya
transcurrido más de medio día, bajo un sol ardiente y sin ningún tipo de
receso, al fin nuestro activo ingeniero sintió los efectos del clima y mirando
sudoroso aquel productor que no sudaba del calor, sino de sus propio nervios, y
que cada momento metía sus manos arrugadas y cuarteas por largas faenas dentro
del bolsillo de su camisa azul, donde estrujaba aquel pedazo de papel.
“Bueno señor..., como fue que me
dijo que se llamaba, así Efraín, como le decía; usted tiene un café muy viejo,
que requiere una renovación total, por favor tale todas esas plantas y solo
puede sembrar con la semilla certificada. Tranquilo que yo le dejo por escrito
todas las recomendaciones para que usted de inmediato proceda.
Nuestro caficultor que vivía solo
en aquellas pequeñas finca que tan solo tenía como medio de subsistencia
precisamente esas matas viejas que su joven ingeniero le está solicitando
tumbarlas.
Pero lo que nunca averiguo
nuestro experto, era que aquel anciano de sombrero blanco de iraca, de camisa
azul y pantalón arremangado y de alpargatas, tenía como único familiar a un
hijo que el conflicto se lo había arrebatado y actualmente estaba engrosando
las filas de la guerra, como un valiente soldado de la patria.
La tristeza y angustia de este
pobre señor es que en su bolsillo de su camisa azul, tenía un marconi y/o telegrama que en la época
era el medio de comunicación y que le decía si su hijo estaba vivo o, ya había
dado su vida por la patria, y era precisamente ese pedazo de papel que durante
todo el tiempo estuvo arrugando entre sus manos toscas le traída noticias del
estado de su querido y único hijo.
Y ya su corazón angustiado no
pudo más, y con voz quebrada le pregunta al joven ingeniero…será que el dotor sabe leer?, entregándole el pedazo de papel al ingeniero. Cuál sería el asombro de este
joven, que de momento sintió que estaba pasando por una burla. Tomando el pedazo de
papel lo desarrugó y miró a aquel anciano, que ansioso esperaba la lectura de ese papel, pues de él dependía su felicidad o el dolor como padre, que no
entendía de guerras ni violencia.
El joven ingeniero leyó el
mensaje que decía: “Padre estoy bien y
tengo una franquicia por 20 días.” Aquel campesino no pudo de la felicidad
y sin penas ni temores abrazó a ese joven ingeniero que no entendía lo que estaba
sucediendo.
Hoy al sentarme a escribir esta
historia, después de más de 15 años de trabajar como extensionista, entiendo que
no tenía ni la menor idea de interpretar una lectura y a aquel campesino, que me
había dado una lección que jamás olvidare, cuando me dijo: será que el dotor
sabe leer. Hoy en día sigo aprendiendo a leer; y aun más de los
campesinos como el señor Efrain Fajardo gran líder cafetero de Yacopi.”
Nota. Esta anécdota fue enviada por el Ing. Agr. Pedro Bravo, a quien agradezco su aporte.
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